El relato de Antonia Grigorova sobre las lágrimas, los peligros y las emociones durante su maratón desde la cumbre de Kom hasta el cabo de Emine. Y lo que viene después…
Entrevista: Madlen Nacheva
Fotos: Ruslan Vakrilov
Antonia Grigorova es la primera mujer que ha recorrido el itinerario desde la cumbre de Kom, en Stara Planina, hasta el Cabo Emine en el Mar Negro, en 5 días y 23 horas.
La primera vez que este itinerario turístico fue recorrido (en más de 30 días) en 1933 fue por Pavel Deliradev, quien tenía entonces 54 años de edad; pero fue en 1953 que se organizó la primera caminata turística oficial desde Kom hasta Emine.
Antonia llega a nuestra cita en los Jardines del Rey Boris con paso enérgico, calzando zapatillas deportivas y luciendo un vestido floreado. Cuando concertamos la entrevista, su única condición fue la de escoger un lugar donde su hijo Nataniel, de 6 años, pudiera jugar. Acababa de regalarle un hoverboard, después de haber buscado largo tiempo el modelo menos peligroso.
En palabras de su hijo, Antonia ha escalado del nivel de “super mamá” al nivel de “grandiosa mamá”. Estas fueron las palabras con las que la recibió al finalizar su proeza, en el cabo de Emine, a las cuatro de la madrugada.

Leo una y otra vez todo lo que se ha escrito al respecto, veo las fotos y la sensación es francamente estupenda!
¿ Cuál fue la mayor dificultad durante esta desafiante expedición?
La falta de sueño. En los últimos días, sobre todo. Me gusta mucho dormir y lo hago con gusto (ríe). Puedo conciliar el sueño en cualquier lugar y en unos cuantos segundos, no importa el suelo ni el medio de transporte en que esté. Era normal que tuviera mucho sueño, pero no tenía tiempo a disposición. El sueño más largo fue la primera noche, dos horas enteras, después podría sólo dormitar: 50minutos, 30 minutos, 15 minutos. Un total de 20 horas durante todo el periodo.

No, he intentado varias veces escuchar música, pero no resultó. Con los acompañantes hemos tenido momentos en que simplemente andábamos juntos sin intercambiar palabra. Hubo momentos en que echaba a llorar, otros en que me enfadaba conmigo misma. Al final me sentí algo deprimida, tenía la sensación de haber desilusionado a la gente del equipo. Porque fueron testigos de mis momentos de flaqueza.
Hubo momentos en que las emociones me colmaban y me echaba a llorar. Pero al final me confesaron que también ellos habían llorado conmigo y que en realidad todo había sido muy romántico…

En las cabañas. El plan inicial fue distribuir los kilómetros de modo que siempre hubiera alguna cabaña donde se pudiera dormir bien. Y donde pudiéramos tomar una ducha todos los días. Pero un día nos retrasamos para llegar al punto fijado y tuvimos que pasar la noche a la intemperie. Tendí la manta y me acosté.
¿Qué comían?
La comida había sido preparada en casa. Pero francamente no me acuerdo bien, ahora, al ver las fotos, algunas cosas me llegan a la memoria. Había calabacines, ensaladas, carne, productos lácteos, bombones energéticos especiales, confituras.

¿Hubo momentos terribles o peligrosos?
Por lo general, a mí no me asustan ni los osos, ni otros animales salvajes, tal vez me atemorizan sólo los perros porque aquí, en Sofia, tuve una mala experiencia con un perro que me mordió. Los animales con que topábamos no eran peligrosos, ni siquiera de noche. Había muchos caballos salvajes.
Como relieve, la caminata era más difícil en la parte central de la montaña. A lo largo de la cresta, en estas zonas, hay cuerdas de seguridad. Los declives son más peligrosos que los de Koncheto, en la montaña de Pirin. Las pendientes son casi verticales. Te agarras a las cuerdas pisando apenas el borde de la roca. Eso lo vivimos al tercer día. Mueves los pies, dificultosamente, y tu único deseo es pisar suelo firme. Fue entonces cuando apareció la hinchazón de pies, algo que es típico para los ultra maratones.

Sin embargo, al final de la carrera, los pies se me pusieron tan hinchados que pedía a los hombres del equipo que me prestaran zapatillas número 42- 42,5. Lo único que quería era atar dos almohadillas a los pies y andar así.
¿Quiénes fueron sus acompañantes?
La mayoría son amigos. Gente con quienes hemos hecho maratones juntos. Es bueno que tu acompañante en un maratón tenga mejor preparación física y psíquica que la tuya, para que pueda motivarte. Hubo situaciones bastante críticas, cuando francamente no me daba cuenta dónde estaba. Lloraba y sólo quería detenerme y descansar. Tan grande era el agotamiento y tan fuertes las emociones. En un momento dado estallas, en el otro, te invade la desesperanza. En los primeros días lloraba de emoción, al darme cuenta de la prueba tan seria que me desafiaba.

Para mí hubiese sido un fracaso el no llegar a la meta. Me decía a mí misma que debería conseguirlo, pase lo que pase, por mí y por todos aquellos que creían en mí. Y claro, lo hacía primero por mí misma y después para dar ejemplo, si no otra cosa, a mi hijo. Cuando llegué a la meta a las cuatro de la madrugada, él, todavía somnoliento, me dijo:“ grandiosa mamá”…, hasta entonces sólo tenía el grado de “super mamá”. Subí drásticamente en la jerarquía de las madres.
Si no hubiera conseguido su meta ¿lo intentaría de nuevo?
Oh, aun en este momento me gustaría partir otra vez. Me alegra el que mi primer intento haya sido un éxito. No tengo la costumbre de renunciar a mis propósitos, puede ser que sea la última en una competición, no importa, lo que importa es empezar y llegar al final.
Me he dicho a mí misma que el año próximo volveré a recorrer la ruta de Kom a Emine, pero esta vez más despacito. Esta vez llevaré la tienda de campaña, para pernoctar donde más me guste. No le guardo rencor al itinerario, en ningún caso.

¿ Y cómo del esquí de fondo pasó al maratón?
Opté por este deporte porque era muy accesible. Era lo más fácil que podía hacer con la misma intensidad y carga. Te pones unas zapatillas y allí están los Jardines del Rey Boris, Las Campanas, Pancharevo. Corro también por las avenidas de la ciudad. Porque están asfaltadas. Mi preparación para la expedición incluía precisamente esto: no correr sólo sobre suelos suaves, porque a lo largo del camino de Kom a Emine hay del todo, hasta asfalto en los pueblos, por ejemplo. He corrido también por la autopista: un día regresábamos a Sofia y nos vimos en un gran atasco, los coches pararon en todas las vías, el tráfico se paralizó. Cuando me enteré que varios kilómetros adelante la situación era la misma, me puse las zapatillas y eché a correr por el arcén. Me recogieron con el coche, después de haber corrido 9 o 10 kilómetros, cuando el tráfico se normalizó.

¿Participaría en maratón clásico sobre asfalto?
El maratón de Sofía siempre ha sido muy interesante para mí y con mucho gusto participaría en él. El año pasado hice sólo dos vueltas, como acompañante de mi hermano. Mi hermano es el motivo básico de mi afición por el ultra maratón. Él es aficionado, tiene diabetes. Quería participar en el maratón “Vitosha 100”, pero yo le dije: “Tú no has entrenado, cómo crees que puedes competir en Vitosha 100?”. Justo había regresado yo de los Juegos Olímpicos, y aunque creo que soy una buena deportista, no estaba convencida que podría terminar la vuelta. Le acompañé, para ayudarle si cabe. Él abandonó la competición al trigésimo kilómetro, pero yo continué y llegué a la meta, con tremendos dolores, casi arrastrándome, ¿pero desistir? ¡Ni pensarlo! Cuando después me enteré que personas que no eran deportistas profesionales habían corrido mejor que yo, me di cuenta que mi punto débil era la preparación psíquica. Pero fue la resistencia y la firme voluntad de estas personas la que me motiva para correr nuevamente al año siguiente.
Se trata de ganar en velocidad, si no en resistencia. Siempre he querido saber, tirando kilómetros, cuántos conseguiré cubrir, hasta dónde me llegarán las fuerzas…
Por ejemplo, vamos viajando en coche con mi entrenadora, y, de pronto, ella ve un monte interesante, desvía el coche y me dice: “Anda, corre monte arriba, hazlo por mí!”. Y yo me pongo las zapatillas y voy, para ver si llegaré a la cumbre sin parar. Estoy abierta a probarlo todo: no es seguro que me guste, pero lo intento. Hay que probar, para llegar así a conocerme.

El salto con bungee es lo que más miedo me da. Con sólo verlo ya me petrifico. Para superar este miedo intenté escaladas. Resultó algo bueno, no temía nada, quizás porque estaba agarrada a la roca y bien asegurada. Me atemoriza asimismo el vuelo en parapente. Este vuelo libre es para mí un suicidio. El horror me invade con sólo imaginarlo. Y me hace hasta llorar, porque odio tener miedo a semejantes cosas. Es algo que quiero superar, de veras.

Si alguien me sugiere un itinerario, no lo voy a pensar dos veces… salgo en seguida, a condición, empero, que me encuentre en una buena forma. Hasta fines de año me concentraré en el esquí de fondo, porque en febrero se celebrarán los Juegos Olímpicos de Invierno en Corea del Sur e intentaré conseguir un lugar. Creo que lo conseguiré porque no he interrumpido mis entrenamientos y estas largas carreras surten un buen efecto.
¿En qué momento del día prefiere correr /entrenar?
Normalmente por la mañana, cuando llevo mi hijo a la guardería: él en su bicicleta, yo corriendo al lado. Y nuevamente por la tarde, carreras, ciclismo. El tiene seis años y medio y es un chico muy activo. No le hago practicar ningún deporte a la fuerza. A él le gusta nadar y lo hace dos veces al día. Pero no por entrenar, sino para divertirse. No le agrada la severidad de los entrenadores. En nuestra familia todos somos deportistas. Mi padre ha sido ciclista, mi madre solía competir en tiro deportivo. Su padre es atleta, al igual que todos los de su familia. En casa, el pobrecito, juega sólo con copas y medallas.
La causa son los niños. Adoro a los niños y quisiera trabajar con niños. Durante un año fui entrenadora de niños que practicaban orientación deportiva. Me gusta estar con los niños, tenemos una buena comunicación, los quiero. En el arranque del maratón Kom – Emine, estuve en la compañía de dos muchachas del equipo de orientación deportiva. Quería darles un ejemplo a los jóvenes para que no abandonen nunca sus objetivos.

Creo que es mejor para los niños empezar con la natación, porque no hay riesgo de traumas, no hay golpes, nada. Si practicas carreras, por ejemplo, hay caídas, sobrecarga de las articulaciones. Mientras que en el agua todo es más delicado y es bueno para la salud y el desarrollo íntegro de los menores.
¿Intentaría fundar una escuela de niños?
Sí. Ese es mi mayor deseo. Y no creo que la limitaría a un solo deporte. Creo que los niños deben tener opciones, probar varias cosas y elegir. Trabajar con niños significa educarlos, motivarlos con el deporte, crear en ellos hábitos y disciplina. Mi entrenador de esquí de fondo trabaja conmigo desde hace 15 años, es como mi segundo padre. El me decía: “Para mí no es importante que ustedes sean campeones olímpicos, sino que sean personas con cualidades para salir adelante en esta vida”. Es una dedicación y una responsabilidad.
